Jodelle encendió la consola e introdujo los códigos de activación. Dejó que el visor de biometría leyera sus huellas, era la única manera para tener acceso a su propio programa. La pantalla que mostraba la cibered y que ocupaba en su totalidad una de las paredes de la sala acolchada se iluminó. El mensaje de bienvenida dejó paso a la ordenación de ataque de sus sistemas. Se enfundó los guantes de telemetría, a través de los cuales transmitiría la información a la consola, y le permitiría moverse por toda la sala con comodidad.
Solo dos minutos para que la incursión comenzara. A Jodelle le embargaba la misma emoción que cuando era niña prodigio y todas las corporaciones de tecnología vertical se la disputaban como hienas desesperadas. Ahora cierta madurez, y la conciencia sobre lo que estaba haciendo la habían vuelto menos brillante, pero más segura y tenaz. Introdujo el bluetooh USB craneal en su sien izquierda y activó su entrada en el ciberespacio. El nódulo informático de TaiCorp, se le representó como una muralla china de increíble altura. Franquearla, era su misión. Dieciséis de los mejores hombres de la Liga, dependían de su actuación para mantener la vida, a doce mil kilómetros de distancia.
—Entrando en perímetro—dijo Helios por el comunicador. Su cápsula presurizada ya se deslizaba por el conducto de mantenimiento y retroalimentación de la TaiCorp. Mundial. Las grandes tuberías que dejaban atrás en su alocado camino goteaban grasas y extraños fluidos sobre el parabrisas de su cápsula. Durante quince minutos sus vidas estaban en manos de Jodelle. Ella tendría que ser quien desactivara las defensas de calor, y los servidores de combate en el gigantesco conducto de TaiCorp. Mundial.
Quince de los mejores soldados de la Liga de la Homogeneización se deslizaban detrás de él con la misma velocidad. Jodelle había mostrado siempre ser muy fiable en este tipo de incursiones, pero cualquier cosa podría salir mal, coquetear con la muerte, entraba en el contrato de Helios.
Jodelle río y aplastó con su pie al primer intento de defensa de la TaiCorp. Su proyección en la Cibered era un Mirmidón, con la armadura negra y el escudo ovoide incluido. Ante la muralla de TaiCorp Jodelle minó los cimientos de un lateral que parecía recién reparado. No tardó en desmoronarse y dejar al descubierto el conducto de retroalimentación por dónde su Mirmidón cibernético se introdujo arrastras.
Activó sus rastreadores que en la pantalla se formaron como dos halcones con ojos metálicos. A Jodelle le fascinaba el mundo clásico griego. Uno de ellos estalló en pedazos al poco tiempo, y alguno de esos pedazos cayeron sobre el Mirmidón que Jodelle encarnaba. Los trozos de su propio halcón comenzaron a roerle los brazos a su Mirmidón, a lo que tuvo que responder con varios programas de reestructuración. Pero tenía que encontrar el foco del ataque.
Helios dio golpe de timón a su cápsula cuando los fragmentos de uno de sus compañeros llovió con furia sobre el conducto. Les estaban atacando, tenían que encontrar el foco del disparo, Jodelle no daba muestras de poder encontrarlo. Helios barrió el conducto con el sonar, y encontró dos servidores mecánicos de la TaiCorp con aspecto de cucaracha gigante, armados con metralletas de alta velocidad. Apuntó con su láser y fundió el torso de uno de ellos. El otro saltó en pedazos en una implosión, Jodelle lo había localizado gracias al disparo de Helios. Ya estaban más cerca del corazón neurálgico de la TaiCorp.
Jodelle vio como Helios desde el conducto real destrozaba a un servidor militar. No tuvo mayor problema en destruir al otro, pero ya habían perdido a un hombre, y ahora empezaba lo difícil. Su Mirmidón volaba por el conducto, que de repente se convirtió en una prisión de hielo, con largas y afiladas aristas puntiagudas que salían sin previo aviso.
Una de las lanzas de hielo se incrustó en su muslo, la sangre que brotó de la representación de la cibered se transformó en decenas de pequeñas serpientes con dientes de titanio que devoraban su propia carne. Jodelle se sacudió de dolor en su sala acolchada, intentando activar las defensas biocibernéticas de su sistema. Enseguida el contraataque de su cuerpo dio resultado, y poco a poco las serpientes fueron muriendo en su pierna. Ahora el gran ataque final. El Mirmidón lanzó su lanza, y se precipitó en una carrera alocada, cortando las lanzas de hielo que salían a su paso.
Helios aumentó la velocidad de su cápsula cuando vio que la lanzas de metal que surgían de los laterales del conducto de retroalimentación se encendían hasta ponerse incandescentes y se desintegraban, dejando vía libre para el tramo final. Jodelle estaba cumpliendo su papel, a pesar que ya habían perdido tres cápsulas en el viaje. Tres compañeros menos.
Llegaron al final del conducto, dónde un pequeño puerto de atraque les esperaba con todas las luces en verde. Jodelle había abierto brecha con su alocado ataque. Los trece hombres restantes de la Liga saltaron armas en mano, y emprendieron una carrera hacia el centro neurálgico de TaiCorp. Destruyeron con facilidad los servidores mecánicos militares que Jodelle no había destruido, y pronto se encontraron ante la cámara que contenía el cerebro de TaiCorp. Una multitud de insectos mecánicos se había hecho fuerte allí, dispuestos a cerrarles el paso al precio que fuera. Helios guardó una granada en su bolsillo, y comenzó a lanzar las restantes como una lluvia de metal mortífero.
Jodelle estaban cansada y herida, su muslo sangraba, tanto en la cibered como en la realidad, en su habitación acolchada. El cerebro de TaiCorp estaba frente a ella. Tenía el cuerpo de un delfín, pero recubierto con escamas de cocodrilo, así como dos brazos y piernas humanas, cubiertos de armadura metálica. La cara de delfín lo miraba con ojos redondos y malignos. A un gesto suyo, diminutas pirañas empezaron a roer los pies del Mirmidón de Jodelle.
Con un grito de dolor Jodelle lanzó su escudo a la cabeza del delfín hombre reptil, el extremo y los laterales del escudo estaban afilados como láser de haz denso. El delfín antepuso su brazo izquierdo antes que le rebanara la cabeza, y saltó seccionado como si fuera mantequilla tierna. Como reacción al dolor y la rabia, el delfín de lanzó de cabeza contra ella, derribándola al suelo. Los dientes metálicos y afilados del delfín empezaron a desgarrar la armadura que protegía el pecho del Mirmidón.
Helios y sus hombres de la liga entraron en la cámara del cerebro de TaiCorp. Y aunque le habían dicho cientos de veces lo que iba a encontrarse allí, no pudo dejar se sentirse repugnantemente fascinado por lo que vio. Una cuba de seis metros de diámetro con una columna de cables y receptores sinápticos encima de ella, contenía a un delfín. O algo que alguna vez fue un delfín, porque no sabía delimitar dónde era carne de delfín y dónde prótesis de titanio y aluminio. La cabeza de aquél ser estaba coronada por una abigarrada y horrible diadema con dentritos que se hundían en el cerebro, y que transformaban sus ondas cerebrales en impulsos eléctricos que se transmitían al sistema informático de TaiCorp. Desde allí aquélla aberración controlaba y dirigía la multinacional. Helios sacó su última granada, y la echó a la cuba. La explosión retumbó en toda la sala, y por un extremo, uno de los cristales de durium cedió, arrojando gran cantidad de agua sobre sus hombres.
Cuando Jodelle ya había clavado el cuchillo de mano en el torso del delfín, y este seguía royendo su carne de Mirmidón, pensó que tan solo le quedaba morir. El cerebro de TaiCorp era demasiado duro para ella. Pero entonces el cuerpo de su enemigo se sacudió como si reventara. ¡Helios ha logrado entrar! Pensó Jodelle. Solo tuvo que hacer acopio de fuerzas y sacudirse el casi cadáver de encima. Desclavó el cuchillo y lo hendió hasta cinco veces sobre la cabeza del delfín.
Ahora ya no existía el cerebro de TaiCorp. La Liga para la Homogeneización había conseguido una victoria más. Cinco hombres habían muerto en la incursión.
—Hoy me he alegrado mucho de haber trabajado contigo—dijo Jodelle por el comunicador—. Cuando regreséis lo tendremos que celebrar como Dios manda, con cervezas de verdad y no ese sucedáneo asqueroso de los bares controlados por el gobierno. Gracias, me salvasteis el pellejo.
—Cuenta con esas cervezas auténticas, muero por una de ellas. Aquí no tienen ni sucedáneo.
Jodelle sonrió y cortó la comunicación. En su muslo había una fea herida que requería atención inmediata. No quería coger una infección transmitida por TaiCorp y quedarse sin cerveza. Aun quedaba mucho trabajo por hacer, pero estaba orgullosa de la Liga para la Homogeneización mundial, y la brillante victoria de hoy. El ser humano debía recuperar su lugar de hegemonía.